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Nuestro lugar en el mundo

 —  Por: Nicolás Arturi y Daniel Sotelo  —  Revista

En los mapas, Taninga es un paraje más.
Al noroeste, donde Córdoba quiere transformarse en La Rioja, y a casi mil kilómetros de Buenos Aires. Es apenas un puñadito de casas, que parecen amontonados por la brisa cálida.
Una estación de servicio, una gomería y un bar aparecen sobre la ruta de repente, como una postal repetida.
Taninga, para el ojo poco entrenado, es apenas más que eso.

En los mapas, Taninga es un paraje más.
Al noroeste, donde Córdoba quiere transformarse en La Rioja, y a casi mil kilómetros de Buenos Aires. Es apenas un puñadito de casas, que parecen amontonados por la brisa cálida.
Una estación de servicio, una gomería y un bar aparecen sobre la ruta de repente, como una postal repetida.
Taninga, para el ojo poco entrenado, es apenas más que eso.

Con la Asociación “Coy Aike” llegamos hace más de cuatro años, tal vez producto del destino, tal vez por nuestra obstinada manía de conocer gente nueva, o tal vez porque la causalidad  nos tenía reservado un lugarcito allí desde hace tiempo. Nosotros ya conocíamos la zona de viajes anteriores. Taninga se encuentra cerca de las Altas Cumbres, adónde nosotros solíamos ir de campamento con el grupo de campamento del Colegio Inmaculada Concepción de Lomas de Zamora. Pocos lugares han sido tan importantes para nuestras vidas. De allí que no sea sorpresa seguir en el lugar.

   Al principio no estábamos seguros de lo que podíamos encontrar. Viajamos el primero de enero de 2000 para encontrar un terreno que una religiosa – la hna. Ana Maria Oneill- le había donado a Daniel un integrante de nuestro grupo, movidos en partes iguales por la curiosidad y el entusiasmo. La donación tenía un cargo: el lugar debe ser utilizado para hacer campamentos y actividades recreativas con chicos. Sólo hizo falta que Daniel dijera “vamos” para que un grupo de nosotros estuviera con la mochila a cuestas.

   La ilusión se vino un poco abajo cuando, luego de consultar mapas, vecinos y otras referencias, nos dimos cuenta de que el terreno era parte de un monte lleno de espinillos, cactus y yuyos de dos metros. A pesar de eso, comenzamos a desmalezar pensando en el refugio, y en los chicos que íbamos a traer.

En esta empresa tuvimos “ayuda local”: un grupo de amigos de Córdoba capital, a quienes conocíamos porque eran miembros del grupo Nefes del Colegio Nuestra Señora de Córdoba; colegio azul, igual que el CIC, con quienes habíamos compartido experiencias años atrás.

 

„Gracias a toda la gente del pueblo qu een estos años nos han ayudado a cumplir este sueño.“

Ahí, casi el primer día, conocimos a dos personas que nos iban a ayudar a entrar definitivamente en el pueblo y su gente: Alicia y Graciela. Fueron las que nos prestaron la iglesia del pueblo en los primeros dos viajes. Y a partir de ése préstamo, empezó una relación con ellas, sus familias, y el resto de la gente de Taninga, que era más de lo que habíamos imaginado.

Viaje tras viaje en verano, empezamos a festejar Reyes Magos con los chicos de Taninga, a jugar en la plaza, a charlar con la comunidad; también visitamos el geriátrico y donamos ropa y libros a la escuela. Poco a poco la gente empezó a respondernos, a confiar en nosotros; construido el quincho, comenzamos a creer, a proyectar, a soñar.

Hoy los nenes nos visitan en el refugio. La gente nos espera, y nosotros esperamos llegar, cada año con más ganas. Ya estamos conociendo comunidades aledañas, gracias a la colaboración del sacerdote de la zona, que nos lleva en su camioneta. Tenemos mucho para hacer, y todo para hacerlo.   

Sin darnos cuenta, Taninga fue un empujón para transformarnos en Asociación, y para hacer lo que hoy hacemos en Lomas. Tuvimos que encontrarnos, y encontrar nuestro lugar, para saber lo que queríamos hacer. Hoy vivimos acá, pero estamos en Taninga.

 

                            

 

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